Sobre mí…
Me llamo Garazi Arakistain, tengo 25 años, soy de un pueblo muy pequeño del norte, en el País Vasco. Soy la menor de los tres hermanos, con diferencia. La diferencia es algo que caracterizó mi sentir interno por mucho tiempo. Sentirme la “oveja negra” de la familia. La que no encaja del todo en los patrones predispuestos para ella, y que tiene la pegajosa sensación de que hay algo irremediablemente malo en ella.
Se suele decir que las personas se sienten llamadas a dedicarse a aquello que ha marcado su historia personal; y mi caso no es una excepción. Mi infancia estuvo repleta de preguntas sin respuesta, de noches infinitas, largos monólogos internos, y poco diálogo. Me faltaron cosas, y me sobraron muchas otras. Sufrí, sufrí como sufrimos los que estamos insertos en el entramado del trauma generacional.
A los 18 me mudé a Madrid, donde estudié el doble grado en Ciencias Políticas y Filosofía. Las ganas de cambiar el mundo y la furia ante las injusticias -nunca me ha solido bastar el argumento de “es que así son las cosas”-, me empujaron a elegir ese camino, junto con el deseo de salir de casa.
En Madrid empezaron las sombras y fantasmas empezarían a salir, sin control. Sensación de ansiedad casi constante, síntomas físicos interminables que nunca tenían una explicación para el médico que me atendía, palpitaciones, digestiones imposibles, días enteros en la cama, adicciones para calmar el descontrol y la angustia. Y claro, relaciones que reflejaban mi sinvivir interior. Tóxicas, caóticas, inconsistentes, dolorosas.
Entonces llegaría a mi vida el hombre que sacudiría todos los cajones que había cerrado hasta entonces, por no saber cómo gestionar, y/o por miedo a lo que pudiese salir. Fue mi maestro de alguna forma, y me hizo ver toooooda la oscuridad que albergaba en mí: el trauma complejo, los problemas de apego, la falta de estabilidad interna… Y fue cuando dije: hasta aquí. Me prometí que haría lo que estuviese en mi mano para sanar y poder dotar siquiera de sentido a tantas cosas que no entendía. ¿Por qué sufría de tanta ansiedad? ¿Por qué a cada momento tenía que dolerme algo, o sentir algo en algún lugar del cuerpo? ¿Por qué ansiaba tanto el amor, y la cercanía, a la vez que me aterraba y me alejaba a la mínima?
Tuve tales niveles de ansiedad por tan largo periodo de tiempo que acabé en una depresión muy heavy. Y ahí, fue el antes y después de mi vida. Caí tan, tan, tan hondo… que no me quedó otra que mirar aquellas cosas que tanto me costaba mirar, que tanto miedo me daba mirar, que tan poco sabía gestionar. Y por primera vez en mi vida, tuve el valor de priorizarme de verdad, dejar la carrera que estaba apunto de acabar, y volverme a mi casa familiar. Dejé el camino “establecido”, y cogí el díficil, pero a la vez el más gratificante: escuchar a mi corazón. Y no, aunque suene a frase típica de película, es la verdad de reconocer en ti un nuevo camino. Un camino que verdad nace de ti, y tienes la incuestionable sensación de estar donde tienes que estar.
Ahí comienza un nuevo capítulo: el capítulo de volver a casa, a mí, a mi ser. Me acompañó en el camino una excelente terapeuta integradora que es la razón por la probablemente este hoy escribiendo esto. Porque me enseñó a no negarme, sino a abrazarme, en todo, con todo. Me enseñó a mirarme con curiosidad, sin juicio. Y poco a poco, como una flor cuando es regada y cuidada como es debido, empecé a florecer, desde el barro, hacia la luz.
Todo lo que pasó a partir de entonces podría ocupar un libro, pero sí te puedo garantizar que: experimenté más felicidad, conexión, bienestar, y tranquilidad que nunca antes en mi vida, y como las capas de una cebolla, fui deshaciéndome de lo que no era mío, e ir, cada día, poco a poco, conectándome más y más con mi esencia, y de forma paralela -y como no podía ser de otra manera, con el todo, el Universo, llámalo x.